sábado, 6 de agosto de 2016

Familia intervenida.


FAMILIA!!! Es necesario que Jesús intervenga 

  “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.” (1 de Pedro 5:8). La Biblia nos dice claramente que en los últimos días, la iglesia de Jesucristo enfrenta la ira de un diablo rabioso. “… ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.” (Apocalipsis 12:12).
¿Hacia donde dirige el diablo su ira? Él está apuntando a familias tanto salvas como inconversas, por todo el mundo. Él está rugiendo como un león voraz y echándose sobre los hogares para destruirlos. Él está decidido a destruir matrimonios, distanciar a los hijos, poniendo a familiares uno contra otro. Y su meta es sencilla: él quiere traer ruina y destrucción a cada hogar que pueda.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando describió a Satanás, diciendo: “Él ha sido homicida desde el principio…” (Juan 8:44). Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera familia. Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su hermano, Abel. Y este homicida aún está obrando. Los últimos años revelan esto de manera horrenda. ¿Cómo puede suceder tal cosa?
Muchas familias de creyentes han sido sacudidas por caos, tristeza y dolor. Y la devastación demoníaca ha llegado de muchas maneras: a través del divorcio, hijos rebeldes, adicciones de todas clases. Pero el resultado siempre es el mismo: una familia que antes fue feliz es separada y devorada.
Testimonio: En cierta oportunidad estábamos a la espera de alrededor de 70 hombres que volvían de un “retiro espiritual” teóricamente hombres nuevos, otros renovados creyendo que Dios los había tocado ese fin de semana allí en un lugar destinado para tal fin ubicado en medio de las cordilleras chicas de Córdoba; muchas familias esperaban ver esos hombres de tez rígida, sufridos, cansados, que volvieran diferentes, ellos y ellas esperaban con ansias ver hombres transformados; hijos con lágrimas en sus ojos esperaban ver a un padre distinto, mujeres esperanzadas de que todo cambiara a partir del cambio de esos hombres a veces toscos; rudos, insensibles. Se vivía un clima de gozo y alegría; sin embargo una mujer que estaba sentada a mi lado no estaba esperanzada y menos podría estar feliz; ante su intranquilidad le pregunte, ¿qué le sucedía?; ella me dijo textualmente “Mi marido vuelve peor  y esta noche cobro” o sea le pegaban.
    Sin duda tomé las medidas que venían al caso, pero el mensaje que me conmovía era ver el grado de destrucción que ya había hecho el enemigo en ese hogar; ni aun un retiro espiritual donde solo se habla de Dios y de su palabra había sido efectivo. ¿Es culpa de Dios? ¡No!.
      Llega el momento cuando ciertas situaciones de la vida están más allá de cualquier esperanza humana y aun sobre los que dicen ser cristianos. No hay consejo, ni doctor o medicina, o cualquier otra cosa que pueda ayudar. A veces los cursos, los consejos, las estrategias, no alcanzan para solucionar algunos problemas de índole netamente espiritual. La situación se hace imposible. Y requiere un milagro o sino terminará en devastación.
     Y cuando hablamos de milagros, debemos hablar  de Jesús, no solo interviene en los milagros físicos; sino también en los conflictos de familias porque hay situaciones donde la destrucción es tal que desde la percepción humana es imposible cambiar; por eso hoy debemos también apelar a esos milagros, porque son sobrenaturales
       En tales tiempos, la única esperanza es que alguien se llegue a Jesús. Alguien tiene que tener su oído, su atención. No importa quien sea, padre, madre o hijo. Esa persona tiene que tomar la responsabilidad de echar mano de Jesús. Y él tiene que determinar, “No me voy hasta que oiga del Señor. Él tiene que decirme: ‘Esta hecho; ahora sigue tu camino.’”
En el Evangelio de Juan, encontramos tal crisis familiar: “…Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.” (Juan 4:46). Esta era una familia de distinción, quizás hasta de la realeza. Un espíritu de muerte colgaba sobre el hogar, mientras los padres cuidaban a su hijo moribundo. Puede que había otros miembros de la familia en el hogar, quizás tías y tíos, o abuelos, u otros hijos. Y nos dice que toda la casa creyó, incluyendo a los sirvientes. “…y creyó el (el padre) con toda su casa.” (4:53).
Alguien en esa familia en conflictos sabía quién era Jesús y había oído de su poder milagroso. Y de alguna manera, llegó la voz al hogar que Cristo estaba en Canaán, como a veinticinco millas de distancia. Desesperado, el padre se encargó de acercarse al Señor. Las Escrituras nos dice: “Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él…” (4:47).
El noble en Juan 4 tuvo esa clase de determinación y logró acercarse a Jesús. La Biblia dice que él: “le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir.” (4:47). Qué imagen maravillosa de la intercesión. Este hombre hizo todo a un lado para buscar al Señor para que le diera una palabra.
Mas Cristo le respondió: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis.” (4:48) ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Él le estaba diciendo al noble que una liberación milagrosa no era su necesidad más apremiante. En lugar de eso, el asunto número uno era la fe de ese hombre. Píenselo: Cristo pudo haber entrado a la casa de esa familia, puesto sus manos sobre el hijo moribundo y sanarlo. Sin embargo, todo lo que esta familia sabría de Jesús es que él obra milagros.
Cristo deseaba más para este hombre y su familia. Él quería que ellos supieran que él era Dios encarnado. Así que le dijo al noble, en esencia, “¿Crees que es a Dios a quien ruegas por esta necesidad? ¿Crees que soy el Cristo, el Salvador del mundo?” El noble contestó: “Señor, desciende antes que mi hijo muera.” (4:49). En ese momento, Jesús vio fe en este hombre. Es como si Jesús dijera: “Él cree que soy Dios encarnado. Porque luego leemos: “Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive…” (4:50).
Tristemente, muchos creyentes siguen su camino antes de escuchar a Jesús. Pero este hombre se alejó en fe. ¿Cuál fue la diferencia? Él recibió una palabra del Señor. Él había rogado a Dios y esperó en él en fe. Y él no se iba hasta que recibió la promesa de vida. “Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.” (4:50).
Pero, déjame preguntarte: ¿Quién esta orando fielmente por tu padre, madre, hermana, hermano, primo/a, abuelos inconversos? Oración por nuestros seres queridos debe ser de mayor importancia en nuestras vidas. Después de todo, la responsabilidad por tal oración descansa con aquellos quienes tienen el oído del Señor, quienes están lo suficientemente cerca de él para hacer tales pedidos. Ahora, si ese no eres tú, ¿entonces quién? ¿Quién orará fervientemente por la salvación de tu familia, si tú no lo haces? ¿Quién lo hará?

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