FAMILIA!!!
Es necesario que Jesús intervenga
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.” (1 de Pedro 5:8).
La Biblia nos dice claramente que en los últimos días, la iglesia de Jesucristo
enfrenta la ira de un diablo rabioso. “… ¡Ay de los moradores de la tierra y
del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que
tiene poco tiempo.” (Apocalipsis 12:12).
¿Hacia donde dirige el diablo su ira? Él está
apuntando a familias tanto salvas como inconversas, por todo el mundo. Él está
rugiendo como un león voraz y echándose sobre los hogares para destruirlos. Él está
decidido a destruir matrimonios, distanciar a los hijos, poniendo a familiares
uno contra otro. Y su meta es sencilla: él quiere traer ruina y destrucción a
cada hogar que pueda.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando
describió a Satanás, diciendo: “Él ha sido homicida desde el principio…” (Juan
8:44). Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera
familia. Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su
hermano, Abel. Y este homicida aún está obrando. Los últimos años revelan esto
de manera horrenda. ¿Cómo puede suceder tal cosa?
Muchas familias de creyentes han sido sacudidas por
caos, tristeza y dolor. Y la devastación demoníaca ha llegado de muchas
maneras: a través del divorcio, hijos rebeldes, adicciones de todas clases.
Pero el resultado siempre es el mismo: una familia que antes fue feliz es
separada y devorada.
Testimonio: En cierta oportunidad estábamos a la espera de
alrededor de 70 hombres que volvían de un “retiro espiritual” teóricamente
hombres nuevos, otros renovados creyendo que Dios los había tocado ese fin de
semana allí en un lugar destinado para tal fin ubicado en medio de las
cordilleras chicas de Córdoba; muchas familias esperaban ver esos hombres de
tez rígida, sufridos, cansados, que volvieran diferentes, ellos y ellas
esperaban con ansias ver hombres transformados; hijos con lágrimas en sus ojos
esperaban ver a un padre distinto, mujeres esperanzadas de que todo cambiara a
partir del cambio de esos hombres a veces toscos; rudos, insensibles. Se vivía
un clima de gozo y alegría; sin embargo una mujer que estaba sentada a mi lado
no estaba esperanzada y menos podría estar feliz; ante su intranquilidad le
pregunte, ¿qué le sucedía?; ella me dijo textualmente “Mi marido vuelve
peor y esta noche cobro” o sea le
pegaban.
Sin duda tomé las medidas que venían al caso, pero el mensaje que me conmovía era ver el
grado de destrucción que ya había hecho el enemigo en ese hogar; ni aun un
retiro espiritual donde solo se habla de Dios y de su palabra había sido
efectivo. ¿Es culpa de Dios? ¡No!.
Llega el
momento cuando ciertas situaciones de la vida están más allá de cualquier
esperanza humana y aun sobre los que dicen ser cristianos. No hay consejo, ni
doctor o medicina, o cualquier otra cosa que pueda ayudar. A veces los cursos,
los consejos, las estrategias, no alcanzan para solucionar algunos problemas de
índole netamente espiritual. La situación se hace imposible. Y requiere un
milagro o sino terminará en devastación.
Y cuando
hablamos de milagros, debemos hablar de
Jesús, no solo interviene en los milagros físicos; sino también en los
conflictos de familias porque hay situaciones donde la destrucción es tal que
desde la percepción humana es imposible cambiar; por eso hoy debemos también
apelar a esos milagros, porque son sobrenaturales
En tales
tiempos, la única esperanza es que alguien se llegue a Jesús. Alguien tiene que
tener su oído, su atención. No importa quien sea, padre, madre o hijo. Esa
persona tiene que tomar la responsabilidad de echar mano de Jesús. Y él tiene
que determinar, “No me voy hasta que oiga del Señor. Él tiene que decirme:
‘Esta hecho; ahora sigue tu camino.’”
En el Evangelio de Juan, encontramos tal crisis
familiar: “…Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.”
(Juan 4:46). Esta era una familia de distinción, quizás hasta de la realeza. Un
espíritu de muerte colgaba sobre el hogar, mientras los padres cuidaban a su
hijo moribundo. Puede que había otros miembros de la familia en el hogar,
quizás tías y tíos, o abuelos, u otros hijos. Y nos dice que toda la casa
creyó, incluyendo a los sirvientes. “…y creyó el (el padre) con toda su casa.”
(4:53).
Alguien en esa familia en conflictos sabía quién era
Jesús y había oído de su poder milagroso. Y de alguna manera, llegó la voz al
hogar que Cristo estaba en Canaán, como a veinticinco millas de distancia.
Desesperado, el padre se encargó de acercarse al Señor. Las Escrituras nos
dice: “Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él…”
(4:47).
El noble en Juan 4 tuvo esa clase de determinación y
logró acercarse a Jesús. La Biblia dice que él: “le rogó que descendiese y
sanase a su hijo, que estaba a punto de morir.” (4:47). Qué imagen maravillosa
de la intercesión. Este hombre hizo todo a un lado para buscar al Señor para
que le diera una palabra.
Mas Cristo le respondió: “Si no viereis señales y
prodigios, no creeréis.” (4:48) ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Él le estaba
diciendo al noble que una liberación milagrosa no era su necesidad más
apremiante. En lugar de eso, el asunto número uno era la fe de ese hombre.
Píenselo: Cristo pudo haber entrado a la casa de esa familia, puesto sus manos
sobre el hijo moribundo y sanarlo. Sin embargo, todo lo que esta familia sabría
de Jesús es que él obra milagros.
Cristo deseaba más para este hombre y su familia. Él
quería que ellos supieran que él era Dios encarnado. Así que le dijo al noble,
en esencia, “¿Crees que es a Dios a quien ruegas por esta necesidad? ¿Crees que
soy el Cristo, el Salvador del mundo?” El noble contestó: “Señor, desciende
antes que mi hijo muera.” (4:49). En ese momento, Jesús vio fe en este hombre.
Es como si Jesús dijera: “Él cree que soy Dios encarnado. Porque luego leemos:
“Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive…” (4:50).
Tristemente, muchos creyentes siguen su camino antes
de escuchar a Jesús. Pero este hombre se alejó en fe. ¿Cuál fue la diferencia?
Él recibió una palabra del Señor. Él había rogado a Dios y esperó en él en fe.
Y él no se iba hasta que recibió la promesa de vida. “Y el hombre creyó la
palabra que Jesús le dijo, y se fue.” (4:50).
Pero, déjame preguntarte: ¿Quién esta orando fielmente
por tu padre, madre, hermana, hermano, primo/a, abuelos inconversos? Oración
por nuestros seres queridos debe ser de mayor importancia en nuestras vidas.
Después de todo, la responsabilidad por tal oración descansa con aquellos
quienes tienen el oído del Señor, quienes están lo suficientemente cerca de él
para hacer tales pedidos. Ahora, si ese no eres tú, ¿entonces quién? ¿Quién
orará fervientemente por la salvación de tu familia, si tú no lo haces? ¿Quién
lo hará?
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