jueves, 8 de febrero de 2018

SER AUTENTICO UN VALOR ALCANZABLE


                                                            


      En las generaciones pasadas nuestros padres y abuelos poseían ciertos valores morales como fieles rectores de la conducta de los hombres.

       Ser dignos, creíbles, respetables, honorables, eran algunos de los parámetros con los cuales se medían hombres y mujeres y con los cuales criaban a nuestros hijos.

       Valía más el honor que la vida. Era más valiosa la reputación que el dinero.  Lo más importante era ser personas de palabra y carácter íntegro. El carácter era de más valor que los logros académicos, profesionales o comerciales.

       Con el auge de la industrialización y las grandes guerras mundiales en Europa, se produjeron una serie de cambios en los valores que sostienen a la sociedad. Poco a poco los valores tradicionales fueron reemplazados por otros, tales como la competitividad, el desempeño, la eficacia en el trabajo y la productividad.

        Ahora en plena globalización, lo importante ya no está sustentado por valores de honor sino de competencia.

       Esta competencia es a costa de la dignidad. Todos deben ser productivos antes que ser honestos.

       La integridad personal es inmolada en el altar de la eficacia colectiva. Somos enseñados a cuidar la imagen. Lo que otros ven en nosotros. Lo que aparentamos. La imagen que proyectamos. El efecto que causamos. Debemos ser eficaces a toda costa, de ser necesario, sacrificaremos nuestros valores morales en aras de la productividad.

       Lo importante ahora es lo que otros ven, no lo que genuinamente somos. La apariencia es lo que realmente vale. Nos volvimos expertos en imagen. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos “actuando” como si la vida fuese una novela y nosotros los primeros actores.

       Debemos seguir un libreto de formas que nos haga sentir que somos aceptados por todos.

       Tenemos “sed de protagonismo” y para ello haremos todo lo que sea necesario. Permitimos que otros formen nuestro mundo y luego nos sometemos a sus dictados.

       Actuamos y nos convertimos en seguidores de una “supe-moderna cultura pagana”. Levantamos altares virtuales, en un ritual diario de culto a la imagen. Hemos caído en la más envilecida de las idolatrías.

       Dejamos de ser auténticos y pronto aprendemos las técnicas del mercadeo, y también vendemos nuestra imagen.

       Tratamos de caerles bien a todos. Nos ponen  un precio y somos subastados como mercancía en la feria de la esquina. Dejamos de ser dueños de nuestro propio destino, somos súbditos de los caprichos de la sociedad. En el fondo es una manera sutil de prostitución para obtener a cambio unas pocas migajas de aceptación social.

       Los mayores problemas de nuestra sociedad están localizados en esta tendencia suicida de desconectar lo íntimo de su expresión exterior. Esto genera hombres sin fuerza interior. Hombres y mujeres quebrados por la corriente de la modernidad, fragmentados en su personalidad, con falta de  cohesión, sumidos en la adulación tonta, en el engaño, la mentira, la falta de compromiso, la deslealtad y la negativa a cumplir con los compromisos asumidos.

Hombres y mujeres acostumbrados al facilitemos que impide bucear en sus extrañas para descubrir sus verdaderas capacidades  y viven a expensas de otros.

     Hay una alarmante degeneración de la verdad y una crisis de confianza, sobre todo en sectores claves de la sociedad. En muchos hombres hoy se libran batallas internas duras y silenciosas. La conciencia carcome el alma al punto de enfermarla.

       Los beneficios de la integridad de nuestras vidas son, por muchas razones, más importantes que cualquier otra alternativa. No compre, no venda, no comprometa o negocie su integridad a ningún precio.

      La decencia nos ayuda a que no haya disloque entre la mente, el corazón y la voluntad. La honradez hace que haya paz espiritual, mental y física. La rectitud une. La falta de paz es la señal de quebrar esta línea que mantiene unido y en una misma sintonía al ser interior y exterior de un individuo.

Extraído del Libro Salva tu Hogar:
Autor:  Simón MELENDRES

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